Anécdotas Hípicas
Venezolanas presenta | ||
Una sencilla y
bella historia | ||
Cuando un regalo
va más allá de lo material | ||
Cristóbal José
Malpica Barráez | ||
| ||
Amanecía cierto día de enero de 1936, días aun
difíciles tras la depresión económica en los Estados Unidos, pero muy
alegres para Bill, un jovenzuelo de apenas 10
años quien sentía un irrefrenable feeling hacia
los caballos, sin mediar razas ni distingos. Precisamente, aquel día
próximo a su cumpleaños, su padre le despierta muy temprano; irían juntos
a Lexington, tierra kentuckyana adornada de vistosos y reputados centros
de cría de purasangres de carreras: Calumet,
Idle Hour y Spendthrift Farm, entre
otros. | ||
| ||
La luz del amanecer les acompaña en su
recorrido por aquella carretera, hasta tomar un pequeño desvío que
enfilaba hacia un haras cuyos establos verdes y blancos albergaban a un
buen grupo de finos de carrera. El pequeño Bill
no hacía más que mirar con sus ojos agrandados de sorpresa; el padre
observaba complacido aquella expresiva inquietud: “vamos a visitar a un
viejo amigo”, le dijo. Al llegar al establo principal, ya el escenario
estaba servido: caballos que van,… caballos que vienen, todos muy
bien cuidados y atendidos con
celo. La entrecortada respiración de Bill
mostraba su emoción. ¿Son purasangres de verdad? ¡por supuesto! –replicó su padre-, mientras los ejemplares eran
llevados a sus ejercicios matutinos. |
| |
| ||
Poco después se acercaron a un establo un tanto
separado de los otros, siendo recibidos por un señor de color, con edad y
experiencia explícita; era Bill Harbut, pionero
mayor de la fructífera labor de aquellos establos, los de Hinata Stock Farm. Harbut saluda y acorteja, con su amplia sonrisa, la
presencia de Mr. Jess
y su pequeño hijo Bill, quien estrecha la fuerte mano de aquel hombre que
se muestra tan amigable: Bill, ya se que te
gustan mucho los caballos y que te gustaría montar uno realmente bueno;
¡sí, señor! –contestó el niño con expresión
ansiosa; pues, ese va a ser tu regalo de cumpleaños –concretó Harbut. | ||
| ||
Enseguida el amable viejo le lleva hacia un muy bien
cuidado box, donde un no menos joven caballo culminaba su desayuno. Harbut se dirige a éste: oye Red, te presento a un
joven amigo! El ejemplar levantó la cabeza y se
mostró erguido, era realmente alto y hermoso, con un pelaje rojizo aun muy
brillante, el cual hacía juego con su poderosa musculatura. ¿Es muy viejo?
–preguntó Bill-; tiene
casi veinte años, contestó Harbut, agregando:
eso es bastante en él. ¿Te gustaría montarlo?... vamos chico, sólo una
vuelta al corral!. Era la primera vez que Bill intentaría montar un caballo, pero su inquietud
infantil le hizo superar el escollo del miedo. Harbut le ayudó a montar “en pelo” y sujetarse de la
crin, tal era la docilidad mostrada por aquel viejo caballo y la
inquebrantable confianza en él. Bill no imagino
sentirse de pronto tan lejos del suelo. Cuando Harbut ajustó las piernas del pequeño al cuerpo de
Red, comenzó el paseíllo con una suavidad tal que reflejaba la
inteligencia y nobleza del caballo al resguardar la integridad de su
inexperto jinete. Pero muy pronto concluyó el mismo y a pesar de las
guardadas ansias de seguir, Bill fue invitado a
bajar, para luego soltar a Red hacia un potrero contiguo: retoza un rato
que ya van a comenzar a llegar tus visitas –le indicó Harbut-. Red cabriolea y se desprende a toda carrera,
regresando a suave galope, muy altivo e imponente. Aquel pequeño niño no
salía de su encanto y parecía
plasmar aquellos momentos en el rinconcito más sincero de su tierno
sentir. Justo en ese momento, la mano de su padre Jess posó sobre su hombro y le arropó con un suave y
afectivo abrazo: ¡Feliz Cumpleaños, hijo! Tal vez algún día tengas tus
propios caballos, pero quise que esta, tu primera monta, la recordaras
toda la vida. | ||
| ||
Así fue. Aquella mañana de Lexington vivió siempre en tibio recuerdo para
Bill. | ||
| ||
Los años transcurren,… su padre ya no está; pero ahora son sus
propios hijos: Becky y James, los que aman a los
caballos y juegan con los suyos: el recio Thunder,
la negra Cricket y la vieja Maude, allá en Nuevo
México. | ||
| ||
Cierta noche la pequeña Becky, con la dulzura de sus seis añitos, daba
terrones de azúcar a su querida apaloosa Maude; de pronto se vuelve y pregunta a Bill: Papá…
¡has montado alguna vez un caballo verdaderamente
especial? De inmediato su pensamiento voló sobre aquellos años de su
niñez, relatándole lo que hoy hemos querido traer hasta Uds. Al finalizar,
Becky, quien no dejaba de mirar los ojos
cristalinos de su padre, interrumpe con suavidad su silencio: Papi,… ¿Red
era caballo de carreras? Bill asintió,
llevándole en brazos hasta su amplio estudio, tomó un añejo libro del
anaquel, le abrió y con orgullo mostró la foto de aquel maravilloso
alazán. Al pie de la misma podía leerse: |
| |
| ||
“Demoledor de marcas mundiales; se
retiró a los tres años como una leyenda
viviente”. | ||
| ||
Mientras Becky no
salía de su asombro, Bill sintió rodar una
lágrima ante el recuerdo de su padre y revivió una vez más, aquel lejano
día en que montó al mejor de todos los caballos de carrera,…el día en que
montó al gran MAN O’ WAR!
| ||
| ||
Hoy hacen 60 años de la muerte del gran
caballo, enterrado tras una ceremonia como nunca antes, ni nunca después
se ha visto en el mundo hípico. Pero en 1999, cerca de 400 periodistas
especialistas en las carreras le eligieron como el Caballo del Siglo XX, por
encima de los fabulosos Secretariat y Citation. La muerte le sobrevino al borde de los 31
años. | ||
| ||
MAN
O’ WAR, el Gran Rojo
norteamericano. | ||
| ||
Anécdotas
Hípicas Venezolanas,
jueves 05 de julio de 2007 | ||
Copyright
2000, Anécdotas Hípicas Venezolanas C.A. Todos
los derechos reservados | ||