Anécdotas Hípicas Venezolanas presenta

Los secretos del cronometraje

Editado por Juan Macedo

 

¿Saben ustedes, por casualidad, quién fue el primer hípico a quien se le ocurrió medirle el tiempo a un caballo de carreras? Este caballero se llamó Jake Pincus, preparador de los caballos de Lorillard. A Pincus le cupo la gloria, por otra parte, de ser el artífice de los primeros laureles norteamericanos en pistas inglesas. Pincus merece una estatua a estas alturas. El causó sensación entre los preparadores británicos al implantar el horario matutino en los entrenamientos. Hasta ese momento a los animales extranjeros se les obligaba a traqueos tempranos, hasta que Pincus tuvo la osadía y la viveza de fijar un horario que resultó demasiado mañanero para los británicos.

 

 

Jake Pincus fue, pues, el primer cronometrista de la hípica norteamericana, propiamente dicha. Desde entonces este trabajo ha sido centro de atención para propios y extraños. Un cronometrista necesita, para cumplir su cometido, un time-keeper, un par de binóculos y una libreta parecida a la de los reporteros para anotar. Un buen cronometrista puede controlar a un mismo tiempo dos o tres caballos, pero nunca se le exige tanto. Pincus, sin darse cuenta, acabó con los subterfugios y componendas de los propietarios y preparadores. Y prácticamente hizo que eso que a veces llaman fraternidad equina gire alrededor del reloj. El reloj, por tanto, se convirtió en algo de vital importancia en las carreras de caballos.

 

Antes de que el señor Pincus apareciera con su innovación, propietarios y preparadores se tiraban de las greñas. Los dueños utilizaban cronometristas particulares y entonces los preparadores sacaban los caballos para entrenarlos a horas en que los cronometristas roncaban como angelitos. Ahí se prendía la mecha de una lucha sórdida, endiablada.

 

Los cronometristas no tienen un pelo de bobos. A veces le llevan el tiempo a un dos años de 45 por 800 metros y al día siguiente el trabajo aparecerá en los periódicos en 47, en tanto que el cronometrista particular tomaba el teléfono para llamar a sus llaves de Walt Street. Los aficionados podrán darse cuenta de cómo corren Kelso o Cicada, pero los caballos comunes nunca salen en los titulares. Los corre­corre de las cuadras nunca alcanzan a Man O'War. Y ya es tradicional de que el interés de las apuestas se concentre en los burros.

 

El público en general y el hípico en particular siempre se inclinan por exagerar el valor de un buen traqueo. Y el verdadero significado de los trabajos no se aprecia nunca en su justo valor. Si ustedes creen saber de estas cosas, fíjense más en las fechas de los trabajos que en los tiempos anotados los cuales con frecuencia son ficticios. Las fechas casi nunca fallan.

 

Otra cosa. El cronometrista estúpido no existe. No puede existir. Porque, humanos al fin, son amantes del dinero y no se levantan de madrugada por amor al arte. Se levantan temprano porque siempre están pensando en una jugada frondosa. Por eso nunca divulgan espontáneamente el fruto de sus desvelos.

 

¿Y es difícil, preguntarán ustedes, la labor de cronometrista? Diríamos que no. Los caballos maduros no ofrecen problema. Pero los dos años proporcionan a los relojeadores los mayores dolores de cabeza. Sencillamente porque son difíciles de identificar y en los traqueos, en los primeros meses del año, abundan hasta la confusión.

 

Hay otro aspecto, planteado desde que el hipismo existe: ¿Le llevan el propietario, el preparador, el preparador, alguna ventaja al público? Sherrill Ward, jefe de la organización de preparadores de Estados Unidos ha defendido el caso de los hípicos al declarar que el propietario tiene derecho a un cierto margen sobre el público que apuesta. Pero, a la hora de la verdad y según los resultados, parece que los propietarios y entrenadores muy poca ventaja sacan sobre los apostadores. Se trata, si acaso, de una ventaja muy relativa. Los aficionados logran aciertos y los propietarios y entrenadores también. Sencillamente porque el azar corre igual al igual que los caballos. Y así como los aficionados echan mano a la cédula para elaborar sus cuadros o utilizan el sorteo, o se enamoran de los nombres de los animales, o no van al hipódromo cuando llueve, los propietarios y preparadores tienen sus métodos supersticiosos si se quiere. Así, los caballos de Whitney nunca salen a la pista sin un pony de guía. Hirsch Jacobs no se pone nunca el sombrero en el sillado. Tommy Queen nunca le da trabajo a un aprendiz. Nick Combest siempre busca ganar con un animal que suba de categoría mientras que Lázaro Barrera especializa en caballos que bajan y paren ustedes de contar.

 

El azar, no lo olviden corre junto con los caballos. Y más de una vez gana...

 

Fuentes: extraído de la Revista Turf (agosto 1963)

 

Anécdotas Hípicas Venezolanas, jueves 29 de septiembre de 2016

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