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Jockey: lucha con la balanza

Editado por Juan Macedo

 

La tragedia del jockey es su lucha con la balanza. Todo el mundo, por coquetería, por salud o por necesidad, tiene que luchar contra el aumento de peso. Archie Moore, por ejemplo, era un campeón de boxeo rebajando para mantenerse dentro del peso reglamentario. Pero el caso más dramático de un hombre rebajando de peso se observa en los jockeys de caballos de carrera. En este pequeño hombre la lucha es diaria, permanente, sin pausas. Tiene que mantener su fibra muscular. Bota grasa y agua superfluas. Un jockey pesa por lo regular cinco kilos menos de su peso natural.

 

El astro de los jockeys de la década de 1930, Johnny Bejshak, es una autoridad en la materia de luchar contra la balanza y dice lo siguiente: “Los jockeys son los mejores atletas del mundo. Fíjense por las pruebas que pasan. Algunos apenas comen lo necesario para mitigar el hambre excesiva, debiendo vomitar de inmediato para evitar la digestión. La posibilidad de accidentes no es el riesgo único. El mayor riesgo estriba en la pérdida de salud por el constante y excesivo rebajo. En la actualidad se han perfeccionado los métodos para rebajar. Antes era difícil y riesgoso. Hoy lo es pero en menor escala. Existen métodos científicos y se usa el control ultramoderno llevado a cabo por expertos en la materia”.

 

Abundan los jockeys sin problemas con la comida. Comen cuanto quieren y no aumentan de peso. Lamentablemente son siempre o casi siempre, los que no necesitan esa normalidad frente a la balanza, quienes pueden comer a gusto. Este tipo de jockey nació para comer bien aunque no para ser estrella de la profesión. Es raro, pero el astro es el sacrificado.

 

Un buen jinete, para mantenerse en peso, come como un canario: sandwiches de lechuga, pan seco, pan negro y té sin azúcar ni crema ni nada. En Estados Unidos hubo un jockey llamado “el Muchacho del Mantecado”, tal era su afición por comer helados. Tan grande era esa afición, que prefirió retirarse de la profesión para comer libremente su golosina.

                                                                                                                    

Sonny Workman fue uno de los más grandes y agresivos jinetes que se hayan conocido. Su lucha con la balanza alcanzó tales proporciones que acabó alimentándose con jugo de naranjas. Retirado, fue propietario de casas y edificios en Washington. Comía a gusto todo cuanto le viene en ganas. Un compañero suyo murió a causa de la excesiva reducción de peso a que vivió sometido.

 

El caso más extraordinario de sacrificio de un jockey ocurrió en Delaware Park, en Estados Unidos. Harry McGuigon rebajó de 74 a 52 kilos en un intento por recuperar el peso para seguir en la profesión.

 

Pero no es el único caso de reducción excesiva de peso. Hank Mills, uno de los campeones partiendo y tomando la delantera al abrirse las puertas del aparato de partidas, se mantuvo en 50 kilos como máximo. Se retiró de la profesión y luego fue jinete de rodeo con su peso normal de 81 kilos. Mills fue un astro. Nació en Colorado y comenzó como jockey en Canadá en 1929. En 1932 perdió por cinco triunfos el título de jinete campeón que la ganó Johnny Gilbert. Fue el jockey preferido de Sunny Fitzsimons y condujo a Equipoise, Twenty Grand y Dark Secret. En 1933 no pudo más contra la balanza y colgó las botas. Actuó como juez de salidas, fiscal de pistas y juez de paddock en diferentes pistas. Este tipo de trabajo en Estados Unidos se le asigna a profesionales o entendidos en la materia y no a los amigos de los dirigentes o gerentes de hipódromos. Desde la segunda guerra mundial está en Hialeah Park, en Miami. Era muy alto, flaco pero musculoso.

 

Desde 1941, Mills se dedicó a la profesión de rebajar y cuidar atléticamente a los jockeys desde Hialeah Park. Tuvo una clientela mínima de 200 jockeys en todos los Estados Unidos. Unos fueron tratados directamente y otros por mediante correspondencia, mediante reportajes que recibe. Y por favor no le discutan su conciencia sobre la materia. Los jockeys se encomiendan a su sabiduría y no tienen de qué arrepentirse. La cuestión, según Mills, no está sólo en derretir la grasa sino en tratar músculos torcidos, esguinces, etc.

 

Por regla general; los jockeys veteranos tienen problemas para conservar el peso. Ahí es donde Mills hace el milagro. Sin perjuicio de su salud y sin pasar hambre, estos maduros muchachos mantienen su línea mediante tratamientos mecánicos de comprobada eficiencia.

 

Antes, un jinete pasaba hambre y corría kilómetros, envuelto en trajes de goma para rebajar. Según Milis, nada de eso está en uso. El procedimiento es fácil. Comienza con un baño turco de una a tres horas según sea lo que haga falta rebajar. Sigue un aparato eléctrico de calor seco de 35 a 45 grados centígrados. Luego media hora o más para secarse a una temperatura de 28 a 30 grados. Si hace falta, se regresa al baño de vapor. Finalmente se mete en unas capas de goma para completar el proceso. Este procedimiento se hace gradualmente para evitar efectos perjudiciales. Es largo pero menos severo y mortal que el antiguo sistema de pasar hambre y correr como una bestia selvática para deshidratarse.

 

En una esquina del gimnasio de Milis podía verse un aparato que parece una bicicleta. Se llamaba ejercicleta y se usa para ejercicios de los músculos de las piernas. Para los dolores y punzadas se usan rayos infrarrojos y diatermia. Después viene el proceso de frotación en tarimas con cobertores eléctricos y otros mecanismos. El gimnasio de Mills parece un hospital mezclado con un salón de cultura física.

 

Si después de pasar por este tratamiento un jovencito comprende que no hay más nada qué rebajar, no le queda otro camino que renunciar a las botas y a la silla.

 

Fuentes: extraído de la Revista Turf.

 

Anécdotas Hípicas Venezolanas, viernes 26 de agosto de 2016

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