Anécdotas Hípicas Venezolanas presenta

Cañonero III
Por Carlos Fernández Cuesta

 

Gladys la secretaria del Jefe de información entró esa mañana a mi cubículo y me comunicó que Delgado quería hablarme. Cuando me dirigí a su encuentro eran como la nueve y media, y una lluvia pertinaz había estado ladillando desde la madrugada, cuando entré a su despacho la luz estaba encendida, después de sonreírme con una mueca me invitó a sentarme. ¿Tu te acuerdas de lo de Cañonero?-me dijo-bueno, quiero que me hagas un buen reportaje y un artículo sobre esa vaina, se cumplen veinte años de la hazaña y aquello fue demasiado importante para que lo pasemos por bolas, el país se paralizó ¿tienes que recordar?, y sufrió mucho cuando perdió la última carrera. Entrevístate a quien sea, hasta los familiares del caballo si fuera posible, ¡entendido!.

 

Con lo aprehensivo que soy pensé que me estaba tomado el pelo para torturarme, era notorio en la redacción que los temas deportivos no tenían para mí el mínimo interés y aún mucho menos los relacionados con equinos así se tratara de un prócer como Cañonero, pues a un tío mío muy querido en una historia a la inversa de la del Doctor José Gregorio Hernández lo había matado un caballo en un accidente de esos insólitos por los años sesenta en pleno centro de Caracas cuando resultaba una novedad que símbolos extinguidos como las carretas de caballos circularan aún por la ciudad. Le conté a Delgado que yo no era el idóneo para ese trabajo considerando la carga que me asediaba. Acompañándome hasta la puerta, insistió en el encargo, poniendo su mano hipócrita sobre mi hombro, argumentó que no disponía de mas reporteros libres para cubrir el reportaje, que era yo por mis condiciones espontáneas de excelente periodista y no otro el que debía hacerlo, luego lentamente pasó sus obesos dedos por los labios en afán de relajarse, agregando por último que mi tragedia personal nada tenia que ver y era esa su decisión final. Me despedí arrecho tentado a darle una patadita en el culo.

 

Parecía algo preparado contra mí, un castigo inmerecido que hubiera fermentado el tiempo o simplemente era yo como tantos otros objeto de esas burlas paradójicas que la vida elucubra en sus ocultos dormitorios de guerra sucia. En fin, quizás la cosas no tenían demasiada importancia y era el trauma la causa de que dilatara mis conjeturas.

 

Me puse en acción buceando todo sobre Cañonero, la verdad que jamás imaginé que aquello fue lo más cercano a una canción de gesta, una ciudad, una nación, se refundaba en las calles a ritmo de caravanas y cornetas. Si mi tío lo hubiera sabido, admitiría que si a él lo había atropellado estúpidamente un caballo mañoso y le había causado la muerte, era poco comparado a como Cañonero se había cagado en todos nosotros, porque si en algo concluí fue que Cañonero no quiso deliberadamente ganar el Belmont, obstinado en que lo trataran como un héroe y no como un líder restregándonos su bosta con la descuidada pero apropiada elegancia de los que se sienten seguros con su derrota.

 

Mi animadversión por el mundo equino se desvío de súbito en un desenfreno de genuina simpatía, me contagió de él en acción retardada por lo que descubrí, terminé por ver películas y series que mi infancia me había vedado, adoré a Mister Ed, a Furia, como también incorporé entre otras canciones a mi repertorio preferido: "Caballo Viejo" y a "A Caballo Vamos Pal Monte"; las novelas de caballería formaron parte de mis lecturas de cabecera. Aquella regresión del mundo digital al feudalismo fue fascinante, y no sólo sirvió para curarme, sino para convertirme en el propio jodedor; ahora saludaba a todo el mundo con la conocida expresión !que hubo mi caballo¡. Total que derrumbé mi trauma a fuerza de totalidad con el enemigo.

 

De pronto el paso de la repugnancia a la pasión, me encontré en mi casa y en la redacción rodeado de las fotos de Cañonero, de sus llegadas, de las réplicas de sus trofeos. Me dio mucha rabia enterarme que las copas originales en oro y en plata ganados en sus triunfos norteamericanos fueron sustraídos del Jockey club por alguno de sus desprendidos fans. Por cierto que Delgado y todos los demás empleados se reían ahora a mi costa, pero lo tomé con airosa y ponderada calma, ¿No se habían destornillado a mansalva también cuando supieron que Cañonero iba Louisville a disputar la primera de la triple corona? De las cosas interesantes que pude leer, fue un trabajo de Cawood Ledford, narrador y comentarista de Kentucky, quien al reseñar algunos de los Derby al detenerse en el de 1971 llegó a decir: "pensé que era alguna aventura romántica de algún acaudalado suramericano que quería correr en el Derby. Se necesita un Cañonero II en el Derby de vez en cuando..."

 

El mismo Ledford me hizo pensar con mucha seriedad ante su actitud displicente, que la muerte aún prematura había separado a Cañonero de ser presidente de la república, como estoy seguro también que hubiera sido sin duda el más ilustre de todos. ¿Quién podía habernos interpretado mejor que él? En la medida que penetrá en la investigación de aquello que en 1971 nos había estremecido, me di cuenta de la gran oportunidad que perdió Venezuela de romper con la mono exportación petrolera, de diversificar la economía y de dejar de vivir del parasitismo de una renta efímera. Cañonero hizo estallar con sus victorias y en especial con su derrota nuestro verdadero rostro. La rumba y el juego especialmente guiados por un líder como él, discreto, que hablaba inglés y era además norteamericano de origen demostraba sus potencialidades para conciliarnos con nuestras raíces, como decir el alma nacional. Aquel momento hubiera sido propicio para confeccionar el futuro a través de la siembra de grandes hipódromos y de ir conectando el sistema educativo a la construcción de una gran nación hípica, como también el haber convertido actividades como la de entrenador de caballos, jockey, veterinario, narrador y comentarista hípico, en profesiones estelares aprovechando las actitudes culturales del fervor hípico de nuestro pueblo. Hoy estoy seguro que la prosperidad se nos hubiera abierto ante la avalancha del turismo por las carreras, y en poco tiempo- ¿porque no?- el signo de la liberación nacional erradicaría la pobreza para siempre.

 

Tarde pillé las intenciones de Delgado. El muy muérgano sabía que me iba a encontrar con la seducción de este descubrimiento; después de todo yo no me encontraba para esas fechas en Venezuela, aunque fue imposible que no me salpicara en algo de sus fulgores aunque bloqueado neciamente por mi patología.

 

Para cumplir con mi trabajo hice publicar mi articulo, asegurándome que Delgado no lo revisara antes de verlo impreso:

 

"En Churchill Down, su alzada, la mirada elocuente, nada les indicó a los pendejos y desacertados expertos. Las mismas dificultades que para venderlo; sus patas chuecas de relámpago que como las piernas de la exparalítica Campeona olímpica en Roma Vilma Rudolf lo descalificaba para correr. Pero Don Pedro Baptista su propietario con su fino olfato observador ya había comentado:

 

-Cañonero se transforma al llegar a su patria de origen los Estados Unidos.                               

 

El entrenador Juan Arias les afirmó a todos que el caballo iba a ganar, aquella escrupulosa seguridad llevó muchos a preguntarle, ¿de donde lo sacaba?; fue cuando aseguró que llevaba varios días escuchado el rumor de una fiesta en el establo que le asignaron a Cañonero. Cuatro días antes del Kentucky los ruidos se hicieron más intensos, hacia la media noche-comentó - me acerqué temblando de curiosidad, no vi nada especial a no ser lo que me susurró Cañonero en castellano con un tono gringo parecido al de Tiro loco Mc Grau: ¡ Juan! -me dijo- voy a ganar la carrera.

 

Baptista además de sus pálpitos, expresó algo menos esotérico que la revelación del entrenador, también le había dicho a sus allegados que su madre ya fallecida se le había aparecido en un sueño para decirle que debía participar en la Triple Corona. El alma hípica de la señora da la pista de una explicación. Era un hecho que pretender ganar el Kentucky Derby eran los delirios de un demente. En el medio hípico Don Pedro y el resto de su pandilla que completaba con su hijo, el "monstruo" Avila, Quintero caballerizo y el veterinario fueron víctimas de las más truculentas burlas; a Avila le recomendaron que se llevara algo de la tierra que se iba a comer. Luego que la realidad se convirtió en razón las colas para jalarles bolas le daban varias veces la vuelta a la Rinconada.

 

El día del Belmont el país había amanecido blandito para darse su bañito de mentiras, y todo el mundo apuraba sus pasos para buscar el sitio donde vería con tragos en mano y por televisión la tercera de la triple luego de que el sorpresivo y fenomenal Cañonero criado y nacionalizado en Venezuela y alimentado con nepe y pabellón criollo había arrasado en el Derby y en el hipódromo de Pímlico, ahora sólo faltaba el empujoncito final y terminar de pelar la mandarina. Era seguro que de ganar, Venezuela saldría del subdesarrollo hípico, pero quizás hasta del subdesarrollo.

 

El ritual incluyó que se trajeran un cura gallego parapsicólogo residente Brasil para que desde las pantallas los televidentes rezáramos con él un rosario a las patas del caballo; pero el cura según algunos testimonios lo empabó, esto a pesar de que gente con tanta autoridad como Jota Jota el veterinario afirmara que el cura nada tuvo que ver con eso, que el problema fueron las normas sanitarias en Miami que obligaron una cuarentena, donde Cañonero se infectó de unos hongos pasados- como los que venden algunos negocios de la Candelaria- que hicieron crisis en sus condiciones al correr el Belmont y le costara la carrera, la triple corona, y el que sus ilustres restos reposen hoy al lado del General Páez en el Panteón Nacional. El suceso marcó para siempre a la sociedad venezolana, que en el momento actual tiene todo el derecho de reconstruirse partiendo de esa misma experiencia."

 

A nadie le gustó mi articulo y mucho menos a Delgado que me echó del periódico.

 

Ahora soy entrenador de pura sangres y no me ha ido mal, tengo un potrillo nuevo que pinta muy bien, su nombre: Cañonero III, quien quita si con este se nos dé el milagrito.

 

Anécdotas Hípicas Venezolanas, jueves 06 de febrero de 2002

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