Anécdotas Hípicas
Venezolanas presenta |
Cañonero
III |
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Gladys la
secretaria del Jefe de información entró esa mañana a mi cubículo y me
comunicó que Delgado quería hablarme. Cuando me dirigí a su encuentro eran
como la nueve y media, y una lluvia pertinaz había estado ladillando desde la madrugada, cuando entré a su
despacho la luz estaba encendida, después de sonreírme con una mueca me
invitó a sentarme. ¿Tu te acuerdas de lo de Cañonero?-me
dijo-bueno, quiero que me hagas un buen reportaje y un artículo sobre esa
vaina, se cumplen veinte años de la hazaña y aquello fue demasiado
importante para que lo pasemos por bolas, el país se paralizó ¿tienes que
recordar?, y sufrió mucho cuando perdió la última carrera. Entrevístate a
quien sea, hasta los familiares del caballo si fuera posible,
¡entendido!. |
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Con lo
aprehensivo que soy pensé que me estaba tomado el pelo para torturarme,
era notorio en la redacción que los temas deportivos no tenían para mí el
mínimo interés y aún mucho menos los relacionados con equinos así se
tratara de un prócer como Cañonero, pues a un tío mío muy querido
en una historia a la inversa de la del Doctor José Gregorio Hernández lo
había matado un caballo en un accidente de esos insólitos por los años
sesenta en pleno centro de Caracas cuando resultaba una novedad que
símbolos extinguidos como las carretas de caballos circularan aún por la
ciudad. Le conté a Delgado que yo no era el idóneo para ese trabajo
considerando la carga que me asediaba. Acompañándome hasta la puerta,
insistió en el encargo, poniendo su mano hipócrita sobre mi hombro,
argumentó que no disponía de mas reporteros libres para cubrir el
reportaje, que era yo por mis condiciones espontáneas de excelente
periodista y no otro el que debía hacerlo, luego lentamente pasó sus
obesos dedos por los labios en afán de relajarse, agregando por último que
mi tragedia personal nada tenia que ver y era esa su decisión final. Me
despedí arrecho tentado a darle una patadita en el culo.
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Parecía
algo preparado contra mí, un castigo inmerecido que hubiera fermentado el
tiempo o simplemente era yo como tantos otros objeto de esas burlas paradójicas que la vida elucubra
en sus ocultos dormitorios de guerra sucia. En fin, quizás la cosas no tenían demasiada importancia y era el
trauma la causa de que dilatara mis conjeturas.
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Me puse en
acción buceando todo sobre Cañonero, la verdad que jamás imaginé
que aquello fue lo más cercano a una canción de gesta, una ciudad, una
nación, se refundaba en las calles a ritmo de
caravanas y cornetas. Si mi tío lo hubiera sabido, admitiría que si a él
lo había atropellado estúpidamente un caballo mañoso y le había causado la
muerte, era poco comparado a como Cañonero se había cagado en todos
nosotros, porque si en algo concluí fue que Cañonero no quiso
deliberadamente ganar el Belmont,
obstinado en que lo trataran como un héroe y no como un líder
restregándonos su bosta con la descuidada pero apropiada elegancia de los
que se sienten seguros con su derrota. |
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Mi
animadversión por el mundo equino se desvío de súbito en un desenfreno de
genuina simpatía, me contagió de él en acción retardada por lo que
descubrí, terminé por ver películas y series que mi infancia me había
vedado, adoré a Mister Ed, a
Furia, como también incorporé entre otras canciones a mi repertorio
preferido: "Caballo Viejo" y a "A Caballo Vamos Pal Monte"; las novelas de caballería formaron parte
de mis lecturas de cabecera. Aquella regresión del mundo digital al
feudalismo fue fascinante, y no sólo sirvió para curarme, sino para
convertirme en el propio jodedor; ahora saludaba
a todo el mundo con la conocida expresión !que hubo mi caballo¡. Total que derrumbé mi trauma a fuerza de totalidad
con el enemigo. |
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De pronto
el paso de la repugnancia a la pasión, me encontré en mi casa y en la
redacción rodeado de las fotos de Cañonero, de sus llegadas, de las
réplicas de sus trofeos. Me dio mucha rabia enterarme que las copas
originales en oro y en plata ganados en sus triunfos norteamericanos
fueron sustraídos del Jockey club por alguno de
sus desprendidos fans. Por cierto que Delgado y
todos los demás empleados se reían ahora a mi costa, pero lo tomé con
airosa y ponderada calma, ¿No se habían destornillado a mansalva también
cuando supieron que Cañonero iba Louisville a disputar la primera de la triple corona?
De las cosas interesantes que pude leer, fue un trabajo de Cawood Ledford, narrador y comentarista de Kentucky,
quien al reseñar algunos de los Derby al
detenerse en el de 1971 llegó a decir: "pensé que era alguna aventura
romántica de algún acaudalado suramericano que quería correr en el Derby.
Se necesita un Cañonero II en el Derby de vez en cuando..."
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El mismo
Ledford me hizo pensar con mucha seriedad ante
su actitud displicente, que la muerte aún prematura había separado a
Cañonero de ser presidente de la república, como estoy seguro
también que hubiera sido sin duda el más ilustre de todos. ¿Quién podía
habernos interpretado mejor que él? En la medida que penetrá en la investigación de aquello que en 1971 nos
había estremecido, me di cuenta de la gran oportunidad que perdió
Venezuela de romper con la mono exportación petrolera, de diversificar la
economía y de dejar de vivir del parasitismo de una renta efímera.
Cañonero hizo estallar con sus victorias y en especial con su
derrota nuestro verdadero rostro. La rumba y el juego especialmente
guiados por un líder como él, discreto, que hablaba inglés y era además
norteamericano de origen demostraba sus potencialidades para conciliarnos
con nuestras raíces, como decir el alma nacional. Aquel momento hubiera
sido propicio para confeccionar el futuro a través de la siembra de
grandes hipódromos y de ir conectando el sistema educativo a la
construcción de una gran nación hípica, como también el haber convertido
actividades como la de entrenador de caballos, jockey, veterinario,
narrador y comentarista hípico, en profesiones estelares aprovechando las
actitudes culturales del fervor hípico de nuestro pueblo. Hoy estoy seguro
que la prosperidad se nos hubiera abierto ante la avalancha del turismo
por las carreras, y en poco tiempo- ¿porque no?- el signo de la liberación
nacional erradicaría la pobreza para siempre. |
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Tarde
pillé las intenciones de Delgado. El muy muérgano sabía que me iba a encontrar con la seducción
de este descubrimiento; después de todo yo no me encontraba para esas
fechas en Venezuela, aunque fue imposible que no me salpicara en algo de
sus fulgores aunque bloqueado neciamente por mi patología.
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Para
cumplir con mi trabajo hice publicar mi articulo, asegurándome que Delgado
no lo revisara antes de verlo impreso: |
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"En Churchill Down, su alzada,
la mirada elocuente, nada les indicó a los pendejos y desacertados expertos. Las mismas
dificultades que para venderlo; sus patas chuecas de relámpago que como
las piernas de la exparalítica Campeona olímpica
en Roma Vilma Rudolf lo descalificaba para
correr. Pero Don Pedro Baptista su propietario con su fino olfato
observador ya había comentado: |
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-Cañonero
se transforma al llegar a su patria de origen los Estados Unidos.
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El
entrenador Juan Arias les afirmó a todos que el caballo iba a
ganar, aquella escrupulosa seguridad llevó muchos a preguntarle, ¿de donde
lo sacaba?; fue cuando aseguró que llevaba varios días escuchado el rumor
de una fiesta en el establo que le asignaron a Cañonero. Cuatro
días antes del Kentucky los ruidos se hicieron más intensos, hacia la
media noche-comentó - me acerqué temblando de curiosidad, no vi nada especial a no ser lo que me susurró
Cañonero en castellano con un tono gringo parecido al de Tiro loco
Mc Grau: ¡ Juan! -me dijo- voy a ganar la
carrera. |
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Baptista
además de
sus pálpitos, expresó algo menos esotérico que la revelación del
entrenador, también le había dicho a sus
allegados que su madre ya fallecida se le había aparecido en un sueño para
decirle que debía participar en la Triple Corona. El alma hípica de la señora da la pista de una
explicación. Era un hecho que pretender ganar el Kentucky Derby
eran los delirios de un demente. En el medio hípico Don Pedro y el
resto de su pandilla que completaba con su hijo, el "monstruo" Avila, Quintero caballerizo y el
veterinario fueron víctimas de las más truculentas burlas; a Avila le recomendaron que se llevara algo de la tierra
que se iba a comer. Luego que la realidad se convirtió en razón las colas
para jalarles bolas le daban varias veces la vuelta a la Rinconada.
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El día del
Belmont el país había amanecido
blandito para darse su bañito de mentiras, y todo el mundo apuraba sus
pasos para buscar el sitio donde vería con tragos en mano y por televisión
la tercera de la triple luego de que el sorpresivo y fenomenal
Cañonero criado y nacionalizado en Venezuela y alimentado con nepe y pabellón criollo había arrasado en el
Derby y en el hipódromo de Pímlico, ahora sólo faltaba el empujoncito
final y terminar de pelar la mandarina. Era seguro que de ganar, Venezuela
saldría del subdesarrollo hípico, pero quizás hasta del subdesarrollo.
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El ritual
incluyó que se trajeran un cura gallego parapsicólogo residente Brasil
para que desde las pantallas los televidentes rezáramos con él un rosario
a las patas del caballo; pero el cura según algunos testimonios lo empabó, esto a pesar de que gente con tanta autoridad
como Jota Jota el veterinario afirmara
que el cura nada tuvo que ver con eso, que el problema fueron las normas
sanitarias en Miami que obligaron una cuarentena, donde Cañonero se
infectó de unos hongos pasados- como los que venden algunos negocios de la
Candelaria- que hicieron crisis en sus condiciones al correr el Belmont y le costara la carrera, la triple
corona, y el que sus ilustres restos reposen hoy al lado del General
Páez en el Panteón Nacional. El suceso marcó para siempre a la
sociedad venezolana, que en el momento actual tiene todo el derecho de
reconstruirse partiendo de esa misma experiencia." |
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A nadie le
gustó mi articulo y mucho menos a Delgado que me
echó del periódico. |
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Ahora soy entrenador de pura sangres y no me ha ido mal, tengo un potrillo nuevo que pinta muy bien, su nombre: Cañonero III, quien quita si con este se nos dé el milagrito. |
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Anécdotas
Hípicas Venezolanas,
jueves 06 de febrero de 2002 |
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