| Anécdotas Hípicas 
      Venezolanas presenta | |
| La triple apuesta 
      de Bala Fría | |
| Por Winston 
      Hernández | |
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| Recuerdos y vivencias que nos transportan a 
      aquella época dorada de los 60’s, 70’s y 80’s cuando la triple apuesta era 
      la “Reina” de las jugadas exóticas, mucho antes que se les llamara de esa 
      forma. | |
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| Cuando cumplí diez años – a finales de los 70’s 
      – y por fin tenía la edad mínima reglamentaria para entrar al 
      hipódromo La 
      Rinconada, comencé de inmediato a atesorar las vivencias 
      de cada una de mis visitas a aquel mágico lugar. Después de todo, fueron 
      dos largos años de espera desde mi primer intento frustrado por ver correr 
      a la veloz tordilla 
      Chicha – que casi terminó en una detención por parte de un 
      Guardia Nacional 
      a mi abuela (+), mi hermano menor 
      y a mí por recorrer inocentemente el bosque de pinos de La 
      Rinconada – (no entremos en detalles sobre lo que sucede actualmente) y el 
      glorioso día en que me permitieron pasar por el torniquete de entrada en 
      la tribuna 
      “A”. | 
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| Sólo estaba activo, a nivel nacional, el 
      hipódromo La 
      Rinconada. Los demás óvalos como, por ejemplo, el de 
      La Limpia en el 
      estado Zulia 
      operaban exclusivamente a nivel regional. Así que sólo se podía disfrutar 
      de las carreras de caballos los fines de semana con transmisiones hípicas, 
      programas de información y sentir cómo aumentaba la expectativa a medida 
      que se acercaba el día sábado y alcanzaba el clímax el domingo con la 
      mayoría de los aficionados sellando su cuadrito de 5y6 en unas colas enormes hacia 
      las 10 de la mañana. Claro que eso era en Caracas, porque en el interior 
      del país se sellaba hasta el sábado a la medianoche para que los 
      formularios llegaran a La 
      Rinconada con el tiempo suficiente. ¿Cuál es la línea de 
      la semana? ¿Cuál es la fija? ¿Cuál es el posible batacazo? Hay que 
      consultar la puntuación de la cátedra, hay que estar pendiente de la 
      información de última hora. Todo esto formaba parte de la cotidianidad en 
      aquellos preciados días. Con cierta frecuencia, es bueno recordarlo, las 
      autoridades también programaban reuniones nocturnas en el óvalo de Coche los 
      días jueves, las cuales eran muy bien recibidas por la 
      afición caraqueña. | |
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| La parada de la camionetica por puesto que tomábamos para ir hasta el 
      hipódromo estaba ubicada en El 
      Silencio, cerca de la Plaza O’Leary. Recorría la Avenida Baralt hasta llegar a Quinta Crespo y de allí giraba 
      a la derecha para irse por la autopista, pasar más adelante por los dos 
      túneles de la Valle-Coche y seguir directo 
      hasta el hipódromo. La camioneta pasaba por las tres tribunas para dejar a 
      los pasajeros y nosotros siempre íbamos a la “A” que era la última en el 
      orden. Al llegar, los vendedores de comida ambulante saciaban el hambre de 
      los presurosos aficionados quienes consumían algo rápidamente para ir 
      directo a la tribuna y estar a tiempo para el inicio de la programación. 
      Recuerdo claramente el eco que se escuchaba al transitar por el largo 
      pasillo que comunicaba la entrada de la tribuna con la planta baja. Lo 
      primero que uno veía al llegar, al elevar la vista, era la sala de escrutinios que era el 
      destino de los cuadros sellados para su verificación. También se podía 
      percibir de inmediato el olor a cigarrillo que era característico del 
      lugar. Las máquinas expendedoras ofrecían marcas como: Astor, Belmont, Winston y Vicerroy. Funcionaban magníficamente, 
      y con excelente concurrencia, las fuentes de soda ubicadas en el primer 
      piso y frente a ellas se formaban enormes colas en las taquillas donde se 
      vendían los boletos de la triple 
      apuesta. Los mismos tenían precios de Bs. 5 y Bs. 2, y había que llegar 
      temprano al hipódromo – antes de las 12:00 m – para lograr un buen lugar y 
      poder hacer la apuesta con suficiente tiempo. | |
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| Los boletos de Bs. 2, que era los que podíamos 
      comprar, eran de color negro y no resultaba recomendable metérselos en el 
      bolsillo si la camisa tenía una tonalidad clara porque manchaban más que 
      aquel libro que se usaba en la época para la asignatura “Formación Social Moral y Cívica” 
      en primer año de bachillerato, el cual parecía hecho de papel 
      periódico. | |
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| Si ganaba el favorito en la primera de la 
      triple apuesta 
      era un verdadero vía crucis hacer el canje para la segunda válida. Lo 
      anacrónico del sistema de cambio, previa verificación de los boletos a 
      través de una palabra clave que aparecía en ellos, hacía que cada 
      aficionado se demorara un tiempo prudencial frente a la taquilla. Había 
      quienes tenían que cambiar 100 o más boletos de la apuesta con valor 
      económico. Muchos aficionados, en consecuencia, preferían hacer la cola 
      mientras se disputaba la primera válida para asegurarse un buen puesto si 
      lograban acertar. Hubo en aquella época mucha gente que se quedó con los 
      boletos en la mano al no poder hacer el canje respectivo antes de la 
      siguiente carrera. Así eran las cosas y los aficionados protestaban - el 
      típico derecho al "pataleo" - para resignarse al final ya que esas 
      eran reglas no escritas, pero que todo el mundo 
      conocía. | |
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| Si por el contrario en la primera válida ganaba 
      un tajo, las colas se vaciaban de inmediato y los boletos quedaban regados 
      por el piso abundantemente. Muchos niños los recogíamos para jugar con 
      ellos o simplemente tenerlos de recuerdo. Famosa era la figura de 
      los revendedores 
      que ofertaban sus boletos acertados a los aficionados para asegurarse 
      alguna ganancia. | |
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| Una estrategia que funcionaba mucho en aquellos 
      días era jugar “datos 
      atrasados”. Mi papá recuerda especialmente el caso del 
      inglés Rapid Fire 
      (64, Firestreak en Open Sesame, por Fairway), un 
      gran ejemplar importado por el entusiasta hípico Edmundo “Cocina” Ruiz (+) que 
      fracasó como línea 
      nacional en el 5y6 y, a la semana siguiente, 
      corrió un sábado en una de las válidas para la triple apuesta e implantó récord en la distancia 
      de  | |
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| Culminaré contándoles una anécdota que tiene 
      que ver con la triple apuesta y las jornadas nocturnas que se celebraban 
      en La Rinconada. 
      Hacia 1978, más o 
      menos, mi papá – quien era auxiliar de farmacia – decidió ir al hipódromo 
      un jueves en la noche y fue a buscar a mi madre quien trabajaba en Korda Modas en El Silencio y salía a las 6 de 
      la tarde. Ambos se fueron a la parada pero no había camionetas. Apareció 
      la primera y se llenó hasta los “teque teques”. Cuando por fin apareció la 
      segunda – de esas que eran incómodas por lo pequeñas – la gente se comenzó 
      a colear y ya estaba prácticamente llena. Mi mamá estaba justo en la 
      entrada y a mi papá se le habían quitado las ganas de ir al 
      hipódromo, pero ella lo jaló del brazo y lo metió en la 
      camioneta. | |
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| Mi papá iba con la intención de jugar la 
      llave once en la 
      primera válida de la triple 
      apuesta ya que le gustaba el dato atrasado de 
      Bala Fría (75, 
      Rivulet en Lady Dawn, 
      por Le Petit Prince) – un ejemplar crianza del haras “Coquito” – y era tanta la fe 
      que le tenía al caballo que “botó la 
      casa por la ventana” y adquirió 100 boletos de Bs. 
      2. | |
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| Justo antes de darse la carrera – hay cosas que 
      nunca cambian – anunciaron por los alto parlantes que Bala Fría sería conducido por, 
      nada más y nada menos que, Juan 
      Vicente Tovar (+). Allí fue cuando mi papá se fue 
      rapidito, más optimista que nunca, a hacer la cola en la taquilla para 
      esperar el desarrollo de la carrera. Tal como esperaba, Bala Fría ganó y - cuando se 
      confirmó el resultado - vendió la mitad de los boletos y el resto los jugó 
      logrando acertar la triple 
      apuesta varias veces, lo cual no era fácil en esas 
      reuniones nocturnas que siempre estaban llenas de sorpresas. El resultado 
      de toda esta aventura es que terminó ganando más de Bs. 3000, lo que equivalía en 
      la época a unos tres meses de 
      salario en su trabajo. |  | 
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| Al día siguiente mi papá fue algo trasnochado a 
      la farmacia, pero con una gran satisfacción y una sonrisa de “oreja a oreja” que no le cabía en 
      la cara y nadie se explicaba el por qué. | |
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| Anécdotas Hípicas Venezolanas, jueves 29 de septiembre de 2011 | |
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